domingo, 26 de agosto de 2007

Ya nadie la llama Yugoslavia

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Yugoslavia es un nombre que inmediatamente nos transporta al epicentro del dolor, del odio irracional, de la muerte.
De la guerra.
Es un nombre que adquiere una multitud de matices diferentes para cada uno de aquellos que ayer eran yugoslavos y hoy son eslovenos, croatas, bosnios, serbios, montenegrinos o macedonios. Un nombre que sólo se utiliza para invocar al pasado de una manera nostálgica.
Fraulein parece que trata ese sentimiento de soslayo, sin una pretensión clara más allá de la de narrar las diatribas entre tres mujeres de caracteres diferentes –una serbia, una croata y una bosnia- que el destino se ha encargado de unirlas en Suiza. Sin embargo, existe la posibilidad de una lectura interlineada en el discurso que construye con suma delicadeza la debutante realizadora Andrea Staka. Pequeños detalles añadidos en la narración de esta historia, que es en conjunto bastante irregular, y en numerosas veces lánguida y confusa, pero que iluminan difusos senderos de reflexión social.
Quizá sea una ambición desmesurada, pero sus intenciones parecen no detenerse en la mera existencia de las tres señoritas, sino extenderlo a la de tres naciones, que a su pesar, deben de convivir y encontrar la manera de entenderse.
Y es que ante un planteamiento tan propio de chiste –“una serbia, una bosnia y una croata se encuentran en Suiza y…”- no puedo conformarme con una justificación de casualidad.
A veces la reflexión que sugiere accidentalmente una película es más poderosa que la película en sí.
Ruza es serbia, propietaria de un restaurante. Fría, distante y desconfiada. Ha hipotecado su vida por un trabajo monótono, y ha escondido su pasado y todas sus ilusiones en el fondo de una caja, en lo alto de un armario.
Mila es una de sus empleadas. Croata y conservadora, trabaja para reunir el dinero suficiente con el que construir la casa en la que su marido espera “tener un lugar al que volver” a su país. Aunque ella ya se ha acomodado a la vida europea, y nada la une con ese territorio que antes se llamaba Yugoslavia. Lleva años trabajando para Ruza, pero en tanto tiempo no ha conseguido alcanzar el mismo grado de intimidad que en pocos días ha logrado Ana, la joven -aunque sobradamente preparada- bosnia que ha huido de Sarajevo en busca de sí misma, y de paso, de un trasplante de médula espinal que solucione la leucemia que apaga su vida.
Tres personalidades que responden perfectamente a la descripción de cada uno de sus países. Sin maniqueísmos, sin señalar ni juzgar a nadie.
Ruza representa a toda Serbia: emprendedora pero desconfiada; realista pero nostálgica. “Ya nadie la llama Yugoslavia” le reprende Ana. Porque ya nadie quiere hablar de aquello, nadie quiere –públicamente- mirar al pasado, sino al incierto futuro. Porque incierto es el destino de Bosnia, vertebrado de manera imposible, sostenido por dos identidades antagónicas y al tiempo, complementarias; levantado precipitadamente a golpe de bolígrafo para disimular una mancha en la parte de atrás del traje de la Europa del bienestar. Un país que precisa con urgencia un trasplante de médula, antes de que el frágil equilibrio se quiebre, y que mientras los médicos miran para otro lado, no le queda más remedio que seguir viviendo el momento. Mila-Croacia, recelosa, sólo aspira a que eximan su sentimiento de culpabilidad, que la devuelvan la sonrisa que ella cada día se esfuerza en regalar, y que se siente más cercana a Europa que a la vieja casa de los eslavos del sur.

Fraulein es por tanto, una película más valiosa en la reflexión posterior, fuera del cine. Y esta, probablemente sea un análisis demasiado pretencioso para una película de este tipo, propio de alguien que se siente emocionalmente muy próxima a los Balcanes. Porque probablemente los 88 minutos de metraje construidos por Andrea Staka no ambicionaban una lectura tan minuciosa, y simplemente pretendían componer un fresco sociológico sobre la emigración forzada, y sobre las relaciones entre individuos que se vieron obligados a ser enemigos. Una película de mujeres, que en su lectura más superflua, se queda coja, sin pulso y forzada -sobre todo en los diálogos.


jueves, 16 de agosto de 2007

My Two Cents

Mis acompañantes y yo atravesábamos los pasillos de un multicine buscando la sala por la que habíamos pagado más de 6 euros para ver Los Simpsons, la película, mientras no podíamos evitar reírnos de lo ridículo del descuento del carnet joven.
Denominarlo simbólico es un eufemismo muy generoso.
Aunque me dolió profundamente en el momento, me habría olvidado completamente del precio de la entrada si no fuera porque los primeros 5 minutos de la película me dieron la clave para escribir esta entrada. Tras los tres tristes trailers de rigor -muy poco apetecibles todos, por cierto- un chascarrillo gamberro en forma de ejercicio de metacine nos despertó una sonora carcajada. Homer Simpson, en medio de la sala en la que están viendo la película de Rasca y Pica, se pregunta: “¿por qué ha pagado toda esta gente por ver algo que pueden ver gratis en casa?”
Y esta sencilla genialidad, que significó para nosotros un comienzo alentador, por brillante y por descarado, se convirtió en una terrible amenaza que no tardamos mucho rato en suscribir: ¿por qué demonios hemos pagado por ver algo que podemos ver gratis en casa si además no nos gusta?
Creo que no exagero si afirmo que mi niñez y mi adolescencia –al igual que la de varias generaciones de españoles- han transcurrido en paralelo a los desternillantes momentos que nos proporcionaban las continuas reposiciones de esta serie. Quizá, el único motivo por el que me decidí a pagar por ocupar la butaca en la que lo único que vi crecer fue mi desesperación, fue que alguno de mis amigos apeló a mi sentimentalismo con un razonamiento del tipo: “es justo que de alguna manera devolvamos a los creadores de esta familia lo que durante lustros nos han regalado”.
No literalmente, claro, mis amigos no hablan así, gracias a Dick.
Así que se puede interpretar que ver la película de Los Simpson fue una especie de pago de un tributo, un impuesto irrisorio en comparación a lo que el señor Groening y su estudio nos han dado sin pedir un duro a cambio. Y aún así, no estábamos muy convencidos, porque realmente, mis acompañantes y yo, muy a nuestro pesar, nos mascábamos el percal.
Asombra la deriva imaginativa en la que se han sumergido los guionistas de esta serie. Salvo excepciones, en las que una situación estelar nos lleva a recordar el nivel al que nos tenían acostumbrados, la siguiente escena nos demuestra que fue un espejismo, que esto es irrecuperable y que no hay manera de remontarlo. La película, como digo, repite el esquema de los episodios de las últimas temporadas, y completando la opinión generalizada acerca de la película, no sólo se trata de un capítulo largo, sino además de un capítulo malo.
Desconozco si otra opinión extendida era la expectativa de que la película de Los Simpsons fuera un espectáculo comparable a la de South Park (Más Grande, más largo y sin cortes).
Desde luego en nuestro caso, sí.
Por eso no puedo ser condescendiente, porque esperaba mala baba a raudales, momentos inteligentes, situaciones hilarantes y frases para recordar. Esperaba que recuperara ese tono incorrecto que nos encandiló de niños, y que sólo llegamos a comprender pasados los años, gracias en parte a una cadena privada que seguramente no la repone por hacernos un favor, sino porque le interesa para salvar la cara mes a mes.
Pero no, ni por asomo, ni punto de comparación, lamentablemente, no tiene nada que ver con aquella macarrada. Y me cago en Barbra Streisand.
Aún así, por supuesto, como ocurre siempre, se deja ver, sobre todo por el hecho de contemplar por primera vez a Springfield con una profundidad de alta definición digital, aunque la genialidad, el pulso y la ironía se hayan desvanecido en una tormenta de golpes estúpidos para provocar la risa fácil.
Seguramente al señor Matt no le importe mucho el resultado, porque está preparándose una jubilación muy suculenta que mucho quisieran para sí.
Incluido yo. Le envidio, pero no cuenta con mi beneplácito, faltaba más.
Ojalá toda la furia del mundo fuera por banalidades de este calibre. El planeta funcionaría mucho mejor.
Y esta es mi única manera de expresarlo, en definitiva: My Two Cents.

domingo, 12 de agosto de 2007

Irradiación de principios

Abrir una ventana a través de las ventanas que gobiernan mi ordenador personal, es una idea que ha rondado por mi cabeza durante muchos meses. Desde el primer momento en que empezó a surgir este pensamiento en lo más oscuro y profundo de las vísceras que alberga mi cráneo, había un sentimiento que me atenazaba, y en consecuencia, me impedía dar el salto a la red: el hecho de no tener nada interesante que contar.
Si en este momento estás teniendo la paciencia suficiente como para leer esto es porque creo, sin tener toda la certeza, que lo he encontrado.
Más o menos a mi medida, este es el traje que yo quería vestir.
Este blog nace con un sepelio. La Marcha fúnebre para una marioneta[1] es una pieza musical compuesta por Charles François Gounod (1818-1883), que adquirió enorme popularidad a partir de que fuese utilizada como sintonía de apertura del programa Alfred Hitchcock Presenta, dirigido y presentado por el propio realizador británico.
Como habréis adivinado, la cosa va de cine. Pero no os asustéis.
Aún no.
Leed un poco más.
El título responde a un evidente y nada discreto ataque de cinefilia, pero también a una intención puramente subjetiva de poderoso simbolismo. Por supuesto, no me voy a dedicar al panfleto ideológico, y mucho menos en este momento, en esta primera entrada. Eso lo reservo para próximas actualizaciones, si se tercia.
Continúo.
Este blog ronda alrededor del cine, pero no pretendo que sea un espacio más para hablar de banalidades sobre las estrellas de la gran pantalla, ni sobre informaciones superficiales sobre la industria, ni siquiera para alimentar la expectación sobre estrenos, haciendo el juego de las campañas de relaciones públicas de las grandes empresas. Sinceramente, no me parecen relevantes, y es obvio que no puedo competir con otros blogs que ya lo hacen, ni con las revistas especializadas que cobran para proporcionar ese tipo de informaciones.
El propósito de este blog es envolver al cine con una visión más personal, íntima y reflexiva. El cine –y aviso: aquí es donde me pongo pedantón, absténgase lectores sensibles a este tipo de ramalazos- es una práctica artística, una manera más de retratar un momento, de reflejar una época, de dar testimonio y de describir sentimientos. El cine es la más fácil manera de que los espectadores se sumerjan en esas pequeñas historias y elaboren una opinión propia, personal e íntima. El entretenimiento es importante, sin duda, pero no es lo único que debe mover a ocupar las butacas. Este es el gran problema, el clásico dilema: la producción cinematográfica es el negocio que más se ha extendido dentro de las disciplinas artísticas, y desde su nacimiento tuvo una acogida eminentemente popular, por lo que siempre ha habido una diatriba entre quienes defienden la profundidad y entre quienes defienden el entretenimiento despreocupado. No está reñido, es más, diría que en ningún momento ha sido incompatible.
En los albores del siglo XX, la mercantilización del arte estaba ya en pleno proceso de desarrollo, y es evidente que el cinematógrafo fue la cobaya más útil para comprobar sus efectos. Y la más rentable. Por tanto, y sin entrar en un análisis concienzudo sobre esta cuestión –que no es mi labor, y además, es evidente que no sabría hacerlo con la misma capacidad argumentativa que la del señor Walter Benjamin[2]- alerto en este momento, que este es un blog de opinión –todos lo son, no lo olvidéis - por lo tanto, todas y cada una de las entradas que incluya aquí, están pasadas por el filtro de mi subjetividad.
Los hechos son sagrados, las opiniones son libres[3]. Naturalmente, todo aquello que escriba que esté referido a datos, acontecimientos objetivos, será convenientemente citado, y en el caso que no sea así, por despiste o ligereza, os ruego que me lo exijáis de inmediato. Quid pro quo, es lo justo. Y además, necesario.
Dado que lo que vais a leer aquí pertenece en exclusiva a mi opinión, en contrapunto, para hacer de este un lugar de debate, os agradezco que respondáis, opinando y discutiendo, y que lo hagáis siempre con respeto. Los denominados Trolls no tienen cabida en este blog y todo tipo de comentarios que alteren esta política de discusión dialéctica y argumental, inmediatamente serán eliminados.

Cada semana se estrenan un puñado de películas que, eclipsadas por las campañas publicitarias de las grandes distribuidoras, pasan sin pena ni gloria por las salas. Muchas, realmente, no merecen la pena, otras, en cambio, sí, Aclaro: no quiero decir que las películas de estas empresas sean peores que las otras, pero en la mayoría de los casos, la experiencia nos demuestra que se tratan de productos de mercado, destinados a un público objetivo –un target- muy determinado, al que por supuesto, respeto, sin compartir en absoluto su preferencia. El entretenimiento prefabricado posmoderno de usar y tirar, que se olvida al cruzar la puerta de la sala, no me interesa. Prefiero las imágenes que dejan una mácula, una intención, una chispa de reflexión, una muesca en la memoria. Y eso no está reñido con el entretenimiento, ni con el dinero que respalda el proyecto, ni mucho menos, con la nacionalidad del ojo que mira detrás de la cámara. El cine es la forma de expresión más característica de nuestro tiempo, y la más interesante y útil de sus facetas surge de la labor artística, y no de la mera planificación industrial.

En este blog intentaré acompañar a las películas de una reflexión interpretativa, sociológica e incluso semiótica de las imágenes que las componen, y siempre, sin alejarme del propósito primero del blog, relacionar el cine con la actualidad para ofrecer una visión particular del cine de hoy y de ayer, sin importar su factura, sino su mensaje.

Normalmente, no soy tan serio, ni tan sobrio, pero la primera entrada de mi primer blog me exigía una presentación de este tipo, una Irradiación de principios.
"Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros."[4]

Gracias por haber llegado hasta el final.
Bienvenidos, ocupen su localidad.


[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Gounod
[2] http://es.wikipedia.org/wiki/Walter_Benjamin
[3] http://periodistas21.blogspot.com/2004/03/la-veracidad-de-la-opinin-sorprende-la.html